Hojeando los diarios
del día, ya a la tarde, cuando el centro de buenos aires empieza a vaciarse y
estar en un bar de las inmediaciones de tribunales no es una situación eufórica,
leo el adelanto de una nota en la tapa de La Nación que titulaba “La guerra
silenciosa de los adolescentes”.
Una descripción de un
supuesto ritual preparatorio que hacen los adolescentes porteños antes de salir
a la calle. Un ritual anti robo caracterizado por medidas auto preventivas para
salir a combatir (era el ambiente que creaba la nota) a otros adolescentes
esperando afuera para robarles sus pertenencias – una construcción en función
de bandos-. Puntualizaba la descripción
en los adolescentes varones y graficaba escenas contundentes, al parecer,
vistas por ahí porque no explica dónde ni ofrece mayores datos, donde los
varones de clase media construían un bloque heroico para poder circular por
lugares públicos.
Luego aclara que estos
tipos de atracos donde la victima (masculina siempre porque no se meten con las
mujeres, no explica por qué) se siente vulnerada en su capacidad de defenderse también
ocurre entre jóvenes de clase baja
–“en los estratos sociales más bajos los chicos también son robados por sus pares,
por lo que este tipo de episodios ya es un síntoma, un doloroso síntoma
instalado con la naturalidad de las marcas de época.”- , lo cual termina de
hacer difuso el concepto que intenta explicar (si se da entre miembros de
“clases sociales más bajas” ¿cuál es la característica que hace notable y
diferente a un hecho sucedido entre dos miembros de clases sociales
diferentes?).
Luego utiliza la
cuestión de la educación como un nexo para argumentar qué sucede en las vidas
de los jóvenes que no asisten a la escuela y se pregunta por qué esta guerra de
bandos – según ella- se da entre el bloque que asiste a clases y otro que no.
entonces cita cifras del último censo del año 2010 en argentina: “Según el
último censo de 2010, en la Argentina el 10% de los mayores de 15 años no
terminó la escuela primaria. Cifras del Ministerio de Educación sostienen que
el 56% de los argentinos no termina los estudios secundarios y que del 44% de
estudiantes que sí lo hace, casi la mitad tiene rendimiento bajo y hay un alto
porcentaje que no comprende lo que lee. Esto se ve en los resultados que la
prueba internacional PISA (tan cuestionada por las autoridades nacionales)
viene informando desde 2000, cuando asegura que el 52% de los chicos argentinos
de 15 años no entiende lo que lee.”
Entiendo al leer estos
párrafos que Hinde Pomeraniec, la autora de esta nota, se hizo una pregunta tan
inmensa como los siglos de historia que lleva en pie el mundo civilizado y el
anterior a éste, el mundo anterior a la ley escrita. Tal vez como escritora y periodista que es,
este artículo haya nacido en virtud de una simple convocatoria editorial de La Nación
para acercar una reflexión acorde al contexto de paros en las escuelas públicas
de Buenos Aires. Pero la razón por la cual me llamó la atención esta nota,
colocada en la tapa del diario la nación del 27-03-2014 es el nexo que utilizó
para reflexionar a acerca de los vínculos entre la falta de educación y el
delito. El nexo para explicar una
actividad delictiva juvenil que está sustentado exclusivamente en la falta de
educación o en la deserción o en la irregularidad de asistencia a clases de un
adolescente no es de ningun modo, en mi parecer, una opinión constructiva y
mucho menos una idea que se acerque a cooperar con la construcción de un
avance en la inclusión social de los jóvenes
delincuentes de los que habla; es tan solo una repetición de una de falta
que la mayoría de la gente puede concluir en un razonamiento básico y al pasar.
El Estado tiene que
ocuparse de diseñar políticas inclusivas y de garantizar el acceso de la
educación pública, estos son deberes que se nos vienen a la mente de modo casi
espontaneo en cualquier charla y que además está reforzado en imperativos
legales internacionales. Las mejoras en este ámbito obviamente dependen de
estrategias de los gobiernos pero sin embargo resulta imposible pensar un
avance en las inclusiones sociales sin tener en cuenta el factor que tiene que
ver con las elecciones de cada uno de nosotros; cómo opinamos y qué elegimos
decir. Es necesario estar atentos a los cambios en la manera de formular la
demanda, la exigencia, la queja y qué medios se utilizan para argumentarla. Por
ende qué sucede cuando alguien tiene el poder de escribir una nota que será
tapa de unos de los diarios con mayor tirada en el país. Y qué sucede cuando lo
que se instala es la creación de un prototipo que ya ni siquiera remite a una
clase social determinada (como parece ser a primera vista en esta nota) si no
que grafica un prototipo de situación de
combate. Este prototipo refuerza la idea de la creación de un enemigo
fácilmente identificable que en el núcleo de su construcción muestra
vulnerabilidad –construir como un “Otro” diferente. Etiquetar como “El Enemigo”
a los jóvenes de estratos sociales humildes es confortable pero a la vez es
inevitable que aparezca el obstáculo de la vulnerabilidad por su herencia de
humilde (la nota dice que el joven que acecha para robar ya viene menoscabado
por una situación de pobreza de sus padres y abuelos) que los etiqueta como los intocables y que a las clases medias
les enciende una sensación de resentimiento que le imposibilita su capacidad
empática.
Si tuviera que soñar y
declarar qué es lo que querría que se haga realidad citaría a German Garcia:
"Es fundamental evitar lo que se sabe para justificar lo que pasa… Los
celos, los problemas eróticos, la angustia, la culpabilidad, la envidia, el
deseo de muerte hacia otras personas no es un problema de sectores ni de
economía".
Fuentes:
Lourdes Farall, Abogada, especialista en Investigación
Científica del Delito, actualmente cursando la Especialización en Derecho Penal
en la Universidad Torcuatto di Tella.