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viernes, 18 de julio de 2014

¿Nueva teoría criminológica?

 



La criminología, dicen por ahí, debe preguntarse ¿por qué suceden los hechos criminales?  ¿qué lleva a una persona a delinquir? dentro de estos delitos se incluyen por supuesto desde el hurto más insignificante hasta el crimen más horroroso. Por supuesto que son estos últimos los que adquieren más trascendencia.
 
Numerosas teorías criminológicas son las que podemos nombrar, algunos podrán optar por ser genetistas, otros se inclinarán por teorías más sociológicas, etc.
 
Podríamos debatir días y noches enteras sobre la razón de ser del delincuente. Seguramente alguno de ustedes podrá recurrir a la "necesidad" como origen del delito cometido, otros a una "enfermedad", etc. pero hay algo que se nos está escapando y lo digo a propósito de una noticia que pude leer y comentar esta mañana: "la estupidez humana". No está dentro de ninguna teoría pero podríamos incluirla. Copio a continuación la noticia, espero no alarmarlos con que delincuentes "tan peligrosos como estos sigan sueltos". Y que a pesar de todo, tengan un buen fin de semana.


Un hombre de 25 años que estaba por retirarse de una comisaría tras recuperar su libertad le robó el celular al oficial de servicio y volvió a quedar detenido, en un insólito hecho que sucedió en las últimas horas en la localidad platense de Abasto.
 
Según se informó, el joven había ingresado a la comisaría 7ª por una tentativa de robo. Cuando la Justicia ya le había dado su libertad, se guardó el teléfono Motorola Blackberry de uno de los efectivos que le estaba haciendo los últimos trámites.
 
El robo del celular, que estaba apoyado sobre la mesa, fue observado por otro policía de la seccional. Tras una requisa al sospechoso, los agentes encontraron el teléfono y volvieron a detener al hombre.
 
 

domingo, 6 de julio de 2014

jueves, 3 de julio de 2014

LA VISITADORA

 -Breves notas sobre Concepción Arenal-
                                                                               (Por Lourdes Farall)

                          


                             
Leí su nombre por primera vez en La Sociedad Carcelaria, un libro escrito por Elias Neuman y Víctor Irurzun donde citaban un concepto de Concepción Arenal que me había dejado pensando no solo en el contenido de la idea sino en ella como una mujer misteriosa, de las que aparecen y desaparecen, y en el transcurso dejan sus palabras, sus obras, sus libros como una pista que se continua sólo si de parte del que la persigue existe un genuino interés en encontrarla.
Al leer su aparición en ese libro, pensé en ella – en su persona- y también surgió por detrás, fugaz, la imagen de Silvina Ocampo; una como un holograma de la otra. Silvina en esas fotos donde se la ve sentada desafiando al fotógrafo y a todo lo que haya alrededor.  
Luego de esa breve aparición de Concepción Arenal en mis lecturas, me acordé que en Buenos Aires existe una calle con su nombre que comienza en Palermo y termina en Chacarita y me pregunté quién habrá sido el responsable de la idea de recordarla de ese modo.
Concepción Arenal Ponte, nacida en La Coruña en 1820, que tras la muerte de su padre – un militar liberal antimonárquico, quien fue reprimido por su posición ideológica, entrando a prisión y luego muriendo, tal vez por los achaques de ser un contrario en un contexto desfavorable-  y en una decisión tomada entre mujeres (su madre y dos hermanas) se instalan en Cantabria en la casa de su abuela paterna. Luego a causa de la muerte de una de sus hermanas, el resto de las mujeres de la familia continúa sus traslados y llegan a Madrid.
Esa característica de contrario ideológico que se le había atribuido a su padre permanecería activa en la joven Concepción, que quería estudiar en la universidad, y a la que se le había ocurrido que vestirse de hombre era la única forma posible para que una mujer de la época pueda entrar en el selecto circulo de la educación. Por lo que llevó a cabo el plan y consiguió filtrarse como oyente en clases de Derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid en el año 1841.
La mayoría de los textos periodísticos que hablan sobre Concepción Arenal comienzan con una presentación en la que destacan la adversidad de los tiempos en los que nació y del coraje que tuvo para enfrentarse a la estructura de pensamiento de su tiempo. El coraje y las agallas que destacan estos textos tienen su explicación en que la obcecación de Concepción Arenal se basaba en la reivindicación de la capacidad intelectual de la mujer y en la lucha por instalar el derecho de las mujeres a recibir igual educación que los hombres. Hombres que no solo configuran un ente abstracto “el hombre”, si no que hablaba hombres concretos, los maridos o futuros maridos de esas mujeres que no solo serían profesionales expertas en la organización de un matrimonio sino que además también podrían ser sus compañeras en las aulas de cualquier universidad.   
Pero el problema sería otro: el hecho de que una mujer travestida, usando métodos engañosos se filtre en círculos absolutamente masculinos y desde allí logre cambios y genere cuestionamientos.
Con toda la coyuntura en su contra, Concepción se casa con Fernando García Carrasco, abogado y escritor y junto a él colabora en el periódico La Iberia. Al morir su marido, continua con su destino de traslados y mudanzas y retorna a Cantabria, esta vez con dos hijos y viuda. Allí conoce a  Santiago Masarnau, miembro de la organización creadora de las conferencias de San Vicente de Paúl (un grupo de hombres católicos laicos, que formaban parte de algo parecido a lo que hoy en día entendemos como “Voluntariado”, que enfocaban la caridad como una misión  desde el punto de vista no solo de la ayuda a los pobres sino también de la fundación de un movimiento de lucha por la dignidad y la integridad humana, entregando parte de su tiempo a la misión. Una especie de entrepreneurs de la caridad y la dignidad).
En 1855, en un gesto inesperado, Masarnau convoca a Concepción Arenal para que se haga cargo de las “Conferencias de mujeres”, con la idea de que esas nuevas conferencias estén desvinculadas y no sean asociadas directamente con las conferencias masculinas “y aun procuró, sin lograrlo, que tomara diverso nombre, solícito en deslindar las dos instituciones por el inconveniente en confundirlas”[1]. A raíz de esa oportunidad que Masarnau le dio, Concepción Arenal escribió “La beneficencia, la filantropía y la caridad” a modo de aporte a la Conferencia de mujeres” (algunos artículos españoles sostienen que esta dedicación de Concepción Arenal en la Conferencia de mujeres está ligado al posterior nacimiento de Caritas). Luego continuando con su costumbre de camuflarse bajo identidades masculinas (creo que ya a esas alturas lo hacía más por el hecho de confrontar a través de las picardías molestas) presentará ese mismo trabajo en un concurso de la Academia de Ciencias Morales y Políticas firmando con el nombre de uno de sus hijos, Fernando. El modo irregular que había elegido para presentar sus escritos generó revuelo y polémica aunque, de todas formas, terminaron premiándola y en ese momento se convertiría en la primera mujer galardonada por la academia.[2]
En 1863, es nombrada Visitadora de Cárceles de Mujeres en La Coruña. Allí comienza un periodo de elaboración de ideas para mejorar la vida de los internos en las cárceles y para la reforma de las instituciones penitenciarias. Sus publicaciones al respecto fueron libros de poesía y ensayos como: “Cartas a los delincuentes” (1865), “Oda a la esclavitud” (1866), “El reo, el pueblo y el verdugo”,  “La ejecución de la pena de muerte” (1867).
En un extracto de la Carta Primera de “Cartas a los delincuentes” Concepción Arenal manifiesta, con expresiones sensatas lo que otros definen con desprecio como “Garantismo”: “Tal vez no creáis que existen criaturas que en la prosperidad se acuerdan del infortunio, y amparadas por la ley y honradas por la opinión, quieran tender una mano amiga a los que la ley condena y la opinión rechaza”[3]. Intentando con esas palabras presentarse ante esas otras criaturas decepcionadas e incrédulas (los presos, los destinatarios de su carta) ante las visitas de los que vienen de afuera a tenderle una mano, a escucharlos; como un intento de acercamiento, convencida de que sus visitas no eran visitas basadas en el morbo y la mera limosna si no que en voluntades como esas hay un móvil que trasciende el mero acto de caridad, algo que va más allá y que se compromete en la convicción de que hay almas que pueden ser salvadas.
  
                                            


Muchos conceptos constitutivos de la obra de Arenal me retrotraen a ese espíritu misionero católico con el que fue formada y educada esta autora (Concepción Arenal se había educado en un colegio de señoritas donde se impartía una rígida educación cristiana). Pero lo que la vuelve particular y la destaca es el modo en que interpretó esos preceptos católicos con los que fue educada para convertirlos en un acto de voluntariado arriesgado; el hecho de haber elegido comprometerse con las tareas de visitadora de cárceles, de vincularse con los internos diciendo las palabras que nadie decía, haciendo con esas palabras un acto vivo y funcional: “Yo no soy de los que creen que un hombre condenado a presidio no es un hombre ya; que no merece en nada la consideración que debemos a nuestros semejantes, ni puede ser tratado como un ser racional. Yo no soy de los que creen que en una prisión no se comprende ninguna idea de justicia, ni halla eco ningún sentimiento honrado, ni gratitud: no. Yo os considero como hombres, como criaturas susceptibles de pensar y de sentir, como hermanos míos, como hijos de Dios…Yo sé que un gran número de vosotros comprenderá lo que digo, sentirá lo que siento, porque sé que todos podíais haber dejado de caer donde estáis, y que todos podéis levantaros”.  
Al leer el modo que usaba la autora para comunicarse con los privados de la libertad se advierte una sugestión, en ciertos momentos, un tono desesperado, con la urgencia del poeta que embandera la esperanza como meta pero que en medio de su peregrinación encuentra grietas que lo desaminan. Un discurso en donde el hombre libre que traspasa los muros de los presidios y que a pesar de ello no pierde su condición de libre viene a ser el espejo del hombre encerrado y que al estar frente a frente, esa misma imagen de la visita irrita al preso porque le muestra la diferencia, le comprueba de forma contundente el cuerpo vivo del castigo. Esa impresión que Concepción Arenal desarrolla en estas cartas siempre provienen desde un solo punto de vista: el hombre privado de su libertad que no tolera verse en el espejo del hombre libre. Esa visión es parcial porque no menciona el mecanismo de estigmatización que opera a la inversa: ¿qué motivos tendría un hombre prisionero para sentirse igual de hombre que un hombre libre, si es el hombre libre el que elabora el etiquetamiento del delincuente? El hecho de estar entre rejas genera un status de señalamiento y culpabilidad. ¿Y quién es el encargado de juzgar y culpar?: el hombre libre, avalado por sus conductas licitas, “amparadas por la ley y honradas por la opinión” usando las palabras de la autora.
Pero dejando de lado el mecanismo de estigmatización, el concepto central en los propósitos de Concepción Arenal es instalar la confianza en los internos. Esa es su misión mas conmovedora y lo demuestra aplicando sus convicciones a través de acciones; circulando por las cárceles, generando vínculos, entregando su tiempo no como una forma de experimentar con esos extraños seres que conforman la sociedad carcelaria, recabando información para luego utilizarlas como un elemento para sus trabajos teóricos, para después salir y mezclarse entre los hombres libres y justificar sus trabajos intelectuales a costa de haber tenido el coraje de mezclarse con los delincuentes: “…en aquel hombre tan sujeto, al parecer, tan abrumado por el yugo de la disciplina, que por todas partes le hace ver los estrechos límites de su cautiverio, hay una cosa libre, el espíritu.” [4]

                                 


Había algo más en el fondo de su convicción como visitadora de presidios, algo que no tenía que ver precisamente solo con el deseo de imponer el discurso de la esperanza y de luchar para despertar en el endurecido corazón de los prisioneros sentimientos de progreso; también puede sospecharse algún tipo de identificación con ese estado de perdida de la libertad. Y esa identificación tal vez se demostraba en las formas de relacionarse con el mundo: no haber abandonado nunca la idea del anonimato, estos detalles se manifiestan, por ejemplo, en el hecho de usar el nombre de su hijo Fernando para firmar sus textos o en pistas como las que se encuentran en una nota de La Vanguardia [5] de Barcelona, donde cuentan que Concepción Arenal se habría ocupado de destruir todo rastro de su biografía para no ensombrecer su producción intelectual.   





[1] Suarez, Federico, “Santiago Masarnau y las Conferencias de San Vicente de Paúl”, pag. 162; 1994, Ed. RIALP.
[3] Arenal, Concepción, “Carta a los delincuentes”, pag. 4, http://www.biblioteca.org.ar/libros/71301.pdf

[4] Arenal Ponte, Concepción, Estudios Penitenciarios, t. II, pag. 29
[5] La Vanguardia - http://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20140404/54404643153/concepcion-arenal-feminismo-espana-mujeres-escritoras-activistas-penalistas-derecho-penitenciario.html                            

En vivo y en directo.


 
 
 
La noticia policial. Su lectura e interpretación ante lo inexplicable.

 

 

La noticia policial en general, parece no alarmarnos, una víctima más de lo que hoy denominamos legalmente como femicidio, o violencia de género, por ejemplo y lamentablemente pasa a ser un tema recurrente, habitual, diario. Todo se torna confuso, todo se vuelve un texto que ocupa espacio en los diarios, sitios virtuales de información, etc.

Nosotros: expectantes. Acostumbrados. Esperando que otra noticia policial del mismo tenor o aún mayor,  reemplace el hecho en cuestión. Desde el “caso María Soledad” hasta la actualidad se nos han presentado todo tipo de delitos, que, casi en forma dantesca, nos muestran una realidad que anteriormente conocíamos por medio de novelas policiales, escritas o en películas, pero gracias al avance de la tecnología, que tan bien nos hizo, podemos presenciar crímenes en vivo y en directo y no solo eso: los detalles más macabros y espeluznantes de los hechos policiales se nos presentan ante nosotros en distintas formas.

Pero pocas veces hemos tenido la paciencia, delicadeza e interés de investigar de qué se trata la noticia policial. Solo la dejamos pasar, como un componente más de un matutino que al dar vuelta la página nos encontramos un jugador de fútbol festejando un gol, abrazando un compañero.

Siguiendo el ritmo vertiginoso de las noticias policiales, me encuentro con una que me llama la atención, entre tantas otras, por la violencia utilizada y  las edades de los partícipes (víctima y victimario).

Un joven de 20 años fue detenido por el crimen de Serena Rodríguez, la adolescente de 15 años que fue hallada muerta en un descampado en Moreno .
Así lo confirmaron a LA NACION fuentes policiales.

En tanto, un informe forense preliminar, determinó que la joven recibió heridas de arma blanca en el estómago, en el tórax y el cuello.

 

“joven de 20 años”, “Heridas de arma blanca”, “adolescente”, “descampado”, “estómago, tórax y cuello”. Palabras que no dejan de hacer ruido en mi cabeza, aún razonando la frecuencia con la que se suceden este tipo de hechos.

A raíz de esta noticia, me propuse formular una hipótesis del móvil criminal, comúnmente llamado: ¿Qué puede llevar a una persona a cometer este tipo de crímenes?

Olvidándonos de las edades de los partícipes y del caso puntual, les propongo que hagamos un ejercicio mental:

Ud. Sr. lector, sospecha que su pareja le es infiel. En un principio la sospecha es una simple desconfianza, llamémosle “celos”. Con el correr del tiempo, la sospecha aumenta, ciertos gestos, mensajes, miradas, lo empiezan a convencer de que lo que antes era una sospecha, ahora puede transformarse en una realidad, en una certeza.

Ahora bien, las opciones de los que solemos llamarnos “neuróticos” como definición psicológica dentro de un comportamiento “normal”, ante tal situación, serían:

a)    Hablar con nuestra pareja, para aclarar el tema;

b)    Abandonar la relación, ante la duda;

c)    Seguir como si nada hubiese pasado, y ver qué pasa con el tiempo.

Seguramente a ud. señor lector puede ocurrírsele alguna otra idea, pero me pregunto y sea sincero con su respuesta: ¿Mataría a su pareja por ese motivo?

Confío en que la mayoría de ustedes respondería con un contundente “NO”. El simple hecho de ver el cadáver de lo que en vida fue su esposo/a, novio/a, frío, tieso, probablemente impregnado en sangre, haría poner su sistema nervioso a flor de piel, paralizándolo de solo pensarlo. Repito, confío en un criterio razonable  en la mayoría de ustedes.

 Avancemos un poco más, si esto nos sucediese a la mayoría de nosotros, la respuesta a la conducta contraria sería simplemente: “lo hizo porque está loco”.

Bien, estamos de acuerdo en algo. Esa persona no es igual a nosotros. Si está loco o no, lo determinarán quienes estén capacitados para diagnosticar patologías similares.

Pero el núcleo del asunto que pretendo abarcar, en este universo de locuras pasionales, es preguntarme y preguntarles: ¿Se puede entonces estar loco para realizar este tipo de conductas, pero tener una vida “normal”  como la suya, sr. Lector?

La respuesta a grandes rasgos, es evidentemente que sí y la encontramos en una patología denominada: celotipia.

La celotipia como  patología la podríamos definir como: el delirio que se le presenta a una persona, en forma de certeza, de que el ser amado le es infiel.

Esa certeza, es justamente eso, es la afirmación contundente e irrefutable de que el ser amado le es infiel y créanme que no existirá razón en todo el universo que pueda descartar esa idea. Es justamente por eso, un trastorno delirante mediante el cual sin ningún tipo de lógica o parámetro razonable la persona se convence de la infidelidad y llegado a este punto nada ni nadie podrá convencerlo de otra cosa, es por eso que se denomina “trastorno paranoide delirante” .

En estos casos, una vez que se determina que estamos hablando de una celotipia, debemos dejarlo en manos de especialistas en la materia, psiquiatras, psicólogos, etc.

Pero salgamos del ámbito psiquiatra y repreguntémonos: ¿Qué puede llevar a una persona a cometer este tipo de crímenes?

La respuesta es simple: una patología, en este caso se denomina celotipia, pero créame Sr. lector que existen infinidades de patologías que determinan la estructura de una personalidad que pueden llegar a concluir en situaciones como estas, es decir: crímenes aberrantes, violaciones y sacar lo peor de la naturaleza humana, entender este tipo de cuestiones nos ayudará en cuestiones simples y cotidianas que creemos entender, como por ejemplo: leer un diario.