-Breves notas sobre Concepción Arenal-
(Por Lourdes Farall)
(Por Lourdes Farall)
Leí su nombre
por primera vez en La Sociedad Carcelaria, un libro escrito por Elias Neuman y Víctor
Irurzun donde citaban un concepto de Concepción Arenal que me había dejado
pensando no solo en el contenido de la idea sino en ella como una mujer
misteriosa, de las que aparecen y desaparecen, y en el transcurso dejan sus
palabras, sus obras, sus libros como una pista que se continua sólo si de parte
del que la persigue existe un genuino interés en encontrarla.
Al leer su aparición
en ese libro, pensé en ella – en su persona- y también surgió por detrás, fugaz,
la imagen de Silvina Ocampo; una como un holograma de la otra. Silvina en esas
fotos donde se la ve sentada desafiando al fotógrafo y a todo lo que haya
alrededor.
Luego de esa
breve aparición de Concepción Arenal en mis lecturas, me acordé que en Buenos
Aires existe una calle con su nombre que comienza en Palermo y termina en
Chacarita y me pregunté quién habrá sido el responsable de la idea de
recordarla de ese modo.
Concepción
Arenal Ponte, nacida en La Coruña en 1820, que tras la muerte de su padre – un militar
liberal antimonárquico, quien fue reprimido por su posición ideológica,
entrando a prisión y luego muriendo, tal vez por los achaques de ser un
contrario en un contexto desfavorable- y
en una decisión tomada entre mujeres (su madre y dos hermanas) se instalan en
Cantabria en la casa de su abuela paterna. Luego a causa de la muerte de una de
sus hermanas, el resto de las mujeres de la familia continúa sus traslados y
llegan a Madrid.
Esa característica
de contrario ideológico que se le había atribuido a su padre permanecería
activa en la joven Concepción, que quería estudiar en la universidad, y a la
que se le había ocurrido que vestirse de hombre era la única forma posible para
que una mujer de la época pueda entrar en el selecto circulo de la educación.
Por lo que llevó a cabo el plan y consiguió filtrarse como oyente en clases de
Derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid en el año
1841.
La mayoría de
los textos periodísticos que hablan sobre Concepción Arenal comienzan con una presentación
en la que destacan la adversidad de los tiempos en los que nació y del coraje
que tuvo para enfrentarse a la estructura de pensamiento de su tiempo. El coraje
y las agallas que destacan estos textos tienen su explicación en que la obcecación
de Concepción Arenal se basaba en la reivindicación de la capacidad intelectual
de la mujer y en la lucha por instalar el derecho de las mujeres a recibir igual
educación que los hombres. Hombres que no solo configuran un ente abstracto “el
hombre”, si no que hablaba hombres concretos, los maridos o futuros maridos de
esas mujeres que no solo serían profesionales expertas en la organización de un
matrimonio sino que además también podrían ser sus compañeras en las aulas de
cualquier universidad.
Pero el problema
sería otro: el hecho de que una mujer travestida, usando métodos engañosos se
filtre en círculos absolutamente masculinos y desde allí logre cambios y genere
cuestionamientos.
Con toda la
coyuntura en su contra, Concepción se casa con Fernando García Carrasco,
abogado y escritor y junto a él colabora en el periódico La Iberia. Al morir su
marido, continua con su destino de traslados y mudanzas y retorna a Cantabria,
esta vez con dos hijos y viuda. Allí conoce a
Santiago Masarnau, miembro de la organización creadora de las
conferencias de San Vicente de Paúl (un grupo de hombres católicos laicos, que
formaban parte de algo parecido a lo que hoy en día entendemos como “Voluntariado”,
que enfocaban la caridad como una misión
desde el punto de vista no solo de la
ayuda a los pobres sino también de la fundación de un movimiento de lucha por
la dignidad y la integridad humana, entregando parte de su tiempo a la misión. Una
especie de entrepreneurs de la caridad y la dignidad).
En 1855, en un
gesto inesperado, Masarnau convoca a Concepción Arenal para que se haga cargo
de las “Conferencias de mujeres”, con la idea de que esas nuevas conferencias
estén desvinculadas y no sean asociadas directamente con las conferencias masculinas
“y aun procuró, sin lograrlo, que tomara diverso nombre, solícito en deslindar
las dos instituciones por el inconveniente en confundirlas”[1].
A raíz de esa oportunidad que Masarnau le dio, Concepción Arenal escribió “La
beneficencia, la filantropía y la caridad” a modo de aporte a la Conferencia de
mujeres” (algunos artículos españoles sostienen que esta dedicación de Concepción
Arenal en la Conferencia de mujeres está ligado al posterior nacimiento de
Caritas). Luego continuando con su costumbre de camuflarse bajo identidades
masculinas (creo que ya a esas alturas lo hacía más por el hecho de confrontar
a través de las picardías molestas) presentará ese mismo trabajo en un concurso
de la Academia de Ciencias Morales y Políticas firmando con el nombre de uno de
sus hijos, Fernando. El modo irregular que había elegido para presentar sus
escritos generó revuelo y polémica aunque, de todas formas, terminaron premiándola
y en ese momento se convertiría en la primera mujer galardonada por la
academia.[2]
En 1863, es
nombrada Visitadora de Cárceles de Mujeres en La Coruña. Allí comienza un
periodo de elaboración de ideas para mejorar la vida de los internos en las cárceles
y para la reforma de las instituciones penitenciarias. Sus publicaciones al
respecto fueron libros de poesía y ensayos como: “Cartas a los delincuentes”
(1865), “Oda a la esclavitud” (1866), “El reo, el pueblo y el verdugo”, “La ejecución de la pena de muerte” (1867).
En un extracto
de la Carta Primera de “Cartas a los delincuentes” Concepción Arenal manifiesta,
con expresiones sensatas lo que otros definen con desprecio como “Garantismo”: “Tal vez no creáis que existen criaturas que
en la prosperidad se acuerdan del infortunio, y amparadas por la ley y honradas
por la opinión, quieran tender una mano amiga a los que la ley condena y la opinión
rechaza”[3].
Intentando con esas palabras presentarse ante esas otras criaturas
decepcionadas e incrédulas (los presos, los destinatarios de su carta) ante las
visitas de los que vienen de afuera a tenderle una mano, a escucharlos; como un
intento de acercamiento, convencida de que sus visitas no eran visitas basadas
en el morbo y la mera limosna si no que en voluntades como esas hay un móvil que
trasciende el mero acto de caridad, algo que va más allá y que se compromete en
la convicción de que hay almas que pueden ser salvadas.
Muchos conceptos
constitutivos de la obra de Arenal me retrotraen a ese espíritu misionero católico
con el que fue formada y educada esta autora (Concepción Arenal se había
educado en un colegio de señoritas donde se impartía una rígida educación cristiana).
Pero lo que la vuelve particular y la destaca es el modo en que interpretó esos
preceptos católicos con los que fue educada para convertirlos en un acto de
voluntariado arriesgado; el hecho de haber elegido comprometerse con las tareas
de visitadora de cárceles, de vincularse con los internos diciendo las palabras
que nadie decía, haciendo con esas palabras un acto vivo y funcional: “Yo no soy de los que creen que un hombre
condenado a presidio no es un hombre ya; que no merece en nada la consideración
que debemos a nuestros semejantes, ni puede ser tratado como un ser racional.
Yo no soy de los que creen que en una prisión no se comprende ninguna idea de
justicia, ni halla eco ningún sentimiento honrado, ni gratitud: no. Yo os
considero como hombres, como criaturas susceptibles de pensar y de sentir, como
hermanos míos, como hijos de Dios…Yo sé que un gran número de vosotros
comprenderá lo que digo, sentirá lo que siento, porque sé que todos podíais
haber dejado de caer donde estáis, y que todos podéis levantaros”.
Al leer el modo
que usaba la autora para comunicarse con los privados de la libertad se
advierte una sugestión, en ciertos momentos, un tono desesperado, con la urgencia
del poeta que embandera la esperanza como meta pero que en medio de su peregrinación
encuentra grietas que lo desaminan. Un discurso en donde el hombre libre que
traspasa los muros de los presidios y que a pesar de ello no pierde su condición
de libre viene a ser el espejo del hombre encerrado y que al estar frente a
frente, esa misma imagen de la visita
irrita al preso porque le muestra la diferencia, le comprueba de forma
contundente el cuerpo vivo del castigo. Esa impresión que Concepción Arenal desarrolla
en estas cartas siempre provienen desde un solo punto de vista: el hombre
privado de su libertad que no tolera verse en el espejo del hombre libre. Esa visión
es parcial porque no menciona el mecanismo de estigmatización que opera a la
inversa: ¿qué motivos tendría un hombre prisionero para sentirse igual de
hombre que un hombre libre, si es el hombre libre el que elabora el
etiquetamiento del delincuente? El hecho de estar entre rejas genera un status
de señalamiento y culpabilidad. ¿Y quién es el encargado de juzgar y culpar?:
el hombre libre, avalado por sus conductas licitas, “amparadas por la ley y
honradas por la opinión” usando las palabras de la autora.
Pero dejando de
lado el mecanismo de estigmatización, el concepto central en los propósitos de Concepción
Arenal es instalar la confianza en los internos. Esa es su misión mas
conmovedora y lo demuestra aplicando sus convicciones a través de acciones;
circulando por las cárceles, generando vínculos, entregando su tiempo no como
una forma de experimentar con esos extraños seres que conforman la sociedad
carcelaria, recabando información para luego utilizarlas como un elemento para
sus trabajos teóricos, para después salir y mezclarse entre los hombres libres
y justificar sus trabajos intelectuales a costa de haber tenido el coraje de mezclarse
con los delincuentes: “…en aquel hombre
tan sujeto, al parecer, tan abrumado por el yugo de la disciplina, que por
todas partes le hace ver los estrechos límites de su cautiverio, hay una cosa
libre, el espíritu.” [4]
Había algo más en el
fondo de su convicción como visitadora de presidios, algo que no tenía que ver
precisamente solo con el deseo de imponer el discurso de la esperanza y de luchar
para despertar en el endurecido corazón de los prisioneros sentimientos de
progreso; también puede sospecharse algún tipo de identificación con ese estado
de perdida de la libertad. Y esa identificación tal vez se demostraba en las
formas de relacionarse con el mundo: no haber abandonado nunca la idea del
anonimato, estos detalles se manifiestan, por ejemplo, en el hecho de usar el
nombre de su hijo Fernando para firmar sus textos o en pistas como las que se
encuentran en una nota de La Vanguardia [5]
de Barcelona, donde cuentan que Concepción Arenal se habría ocupado de destruir
todo rastro de su biografía para no ensombrecer su producción intelectual.
[1]
Suarez, Federico, “Santiago Masarnau y las Conferencias de San Vicente de Paúl”,
pag. 162; 1994, Ed. RIALP.
[3]
Arenal, Concepción, “Carta a los delincuentes”, pag. 4, http://www.biblioteca.org.ar/libros/71301.pdf
[4]
Arenal Ponte, Concepción, Estudios Penitenciarios, t. II, pag. 29
[5]
La Vanguardia - http://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20140404/54404643153/concepcion-arenal-feminismo-espana-mujeres-escritoras-activistas-penalistas-derecho-penitenciario.html
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