Translate

sábado, 28 de marzo de 2015

LÁTIGO Y BELLEZA

   -Por Lourdes Farall-


Al respecto de las sociedades carcelarias había escrito en este Blog unas breves notas sobre  Concepción Arenal y sus clamores epistolares dedicados a los delincuentes recluidos. Convencida buscadora de la luz buena en los corazones de los internos, segura de que esa luz y esa voluntad de esperanza -que a su modo de ver todos llevamos, más o menos escondida, pero viva al fin- liberaría sus cuerpos de la cárcel; sosteniendo una postura radical: la cárcel es el territorio que nadie busca, por ende, no hay otra meta que el constante deseo de abandonarla apenas se pueda. 
A tal postulado se le antepone una forma diferente de entender eso que ocurre cuando un hombre entra en prisión - o un intento de invertir la dirección de las percepciones- ¿Cuál es la extensión de los sesgos morales que operan en nuestras reflexiones como obturadores para un cambio de las percepciones? Es probable que ciertos mecanismos segadores nos lleven a sostener que la cárcel siempre es un territorio o un estado en el que nadie quisiera permanecer. Parece casi imposible que pueda encontrarse una posición reflexiva que nos permita pensar que en algunos casos el estado de prisión sea un terreno deseado y buscado por el hombre condenado como una forma de amparo, como un techo y como un dispositivo creativo. Ya sea referido a la creación de una propia vida -una identidad, una forma de ocupar el mundo, de delimitar rasgos que tal vez en libertad no hubieran podido consolidarse- o a la creación de una obra.
Jean Genet fue un novelista, dramaturgo, poeta que nació en parís en 1910, hijo de un padre al que nunca conoció y de una madre que decidió que  otra familia se haga cargo de criar al pequeño Jean; abandonándolo a los pocos meses de haber nacido.
De la lectura de una de sus obras “El niño criminal”, que la editorial Errata Naturae editó en 2009, (también se pueden leer unos “Fragmentos” que Genet explica como un borrador, un lento camino hacia el poema) junto a un prólogo de su editora, Irene Anton, pude extraer los motivos para escribir estas notas; sobre todo me sirvieron como un vínculo para poder detenerme en la idea de la búsqueda del encierro y la forma en la que operan los efectos del estado de cautiverio.

Algunos datos biográficos cuentan que Genet vivió hasta los ocho años en una institución de asistencia pública y  luego con un carpintero y su familia, quienes fueron las primeras víctimas de sus actividades delictivas. Luego, entonces, ya a partir de los diez años comenzó su carrera como ladrón viviendo su adolescencia en institutos de menores hasta llegar a prisión, donde se convertiría en escritor y más tarde en un favorito indispensable para las reuniones de los intelectuales de su época, allegado a Sartre, a Cocteau, a Derridá, a Foucault. En el prólogo de la editora encuentro un pasaje que lo explica con más elocuencia: “…comenzaba a verse rodeado de grandes personalidades del mundo literario y de ricos estrafalarios que querían tener a Jean Genet como invitado en sus fiestas para la alta sociedad y que se mostraban encantados de poder alardear de que el ladrón mas celebre del Paris de posguerra les había robado un cenicero de plata”.

William S. Burroughs, Terry Southern, Allen Ginsberg y Jean Genet en la Convención Demócrata Nacional de 1968.

    
Los contrastes se realzan: un viaje desde las instituciones de menores y la cárcel hacia los amplios livings de los millonarios y las rondas con intelectuales ¿Cuál sería el justo medio entre los extremos? Algo así como una prudencia que aparezca para saldar cuentas ¿Por qué no podría verse en la elección natural de Genet por la cárcel como hogar, como una una virtud ética que modere extremos viciosos?
El prólogo menciona un trayecto entre dos mundos, un cambio de situación que termina dislocando las formas que Genet se había construido para luego poder darle sentido a su lugar ideal en el mundo. Como un amuleto que lo protegería de la frivolidad y del goce de los hombres libres y aburridos que se entretenían cometiendo la picardía de integrarlo a sus círculos para luego emprender el trabajo de resocializarlo.    
A causa de la construcción de ese mundo ideal y elegido, entre 1944 y 1946 había publicado cuatro novelas y tres poemas extensos y, siguiendo el prólogo de Irene Antón, escritos todos estos en parte en su estancia en la cárcel. En 1947 publica dos obras de teatro y la novela “Diario del ladrón”. Un verdadero impulso creativo desplegado en una porción de tiempo considerablemente corta. Pero lo que sucedió luego tuvo que ver con un quiebre vinculado a que su producción comenzó a diseminarse con éxito entre los intelectuales del momento, lo que llevó a que este grupo de notables intente enarbolar la bandera heroica y comenzar un proceso de rescate. Y al parecer ese rescate desentonaba con los planes de tranquilidad del señor Genet.
Entre 1947 y 1954 se plantea la expansión de la crisis de Genet a causa de haber sido insertado en el mundo de los hombres libres. Hablar de reinserción es un término, por lo menos, alocado y utópico -el modo habitual cuando se define a la pena de prisión ya que se supone que quien entra a la cárcel previamente estuvo inserto en la sociedad y se espera que al término de la pena retornará a esa misma sociedad, transformado, rehabilitado.
Teniendo en cuenta las pistas que nos va dejando Jean Genet, pareciera que nunca estuvo inserto en el mundo de los hombres libres –de modo tal que no existiría posibilidad de re- inserción- y por ende, andar entre ellos mezclado significaría un desafío nuevo y doloroso. A pesar de todo, continuó escribiendo, libre o encerrado; el hilo conductor fueron sus escritos, aunque la calidad de su producción en la época de hombre libre no fueron las mejores y todo indicaba que sus escritos perderían fuerza y la motivación iría decreciendo hasta desaparecer. El activismo libertario de Cocteau y Sartre que a fuerza de lobby consiguió que el Presidente de la República Francesa en el año 1948 perdonara a Genet y le evitara volver a caer en prisión por el resto de su vida, logrando, de algún modo, la anulación del deseo.
En uno de los apartados del prólogo  la editora interpreta el mensaje plasmado en la obra “El niño criminal”: “Así, pues Jean Genet va a presentarnos a nuestros enemigos. Va a presentárnoslos tal y como él los concibe: malvados, criminales y, por ello, libres, bellos, heroicos. Él está de su parte. Así, cuando J.G. pide, busca un enemigo, nos busca a nosotros. Nos exige que seamos el cuerpo duro con el cual poder luchar, el rostro contra el cual escupir. No nos permite la condescendencia porque sabe bien que si nos volvemos blandos, que si transigimos ante sus acciones y las de sus congéneres, entonces su destino, su aventura, será menos heroica y menos intensa”. Todo lo anterior se explica como el combustible inacabable para su escritura mientras que la construcción del “Ellos”, los peligrosos y los ensombrecidos, es trabajo para la sociedad libre. Ese “Ellos” le abre a Genet la posibilidad de una misión, un sentido en la vida.
Alrededor de todo esto reaparece la voz de Concepción Arenal como una canción en contraste que suena a lo lejos, persistentemente: “Yo considero una prisión como un hospital, solamente que en vez del cuerpo tenéis enferma el alma, y que las dolencias son el resultado de los excesos del paciente. Las enfermedades de vuestra alma, que exigen el terrible remedio de la prisión, son la desdichada obra de vuestros extravíos. Aunque haya entre vosotros algunos casos desesperados, la mayor parte pueden curarse, los más podéis volver a la salud, es decir, al deber, si sois dóciles a los buenos consejos y abrís los ojos a la voz de la verdad y de la justicia”.
La asociación entre la enfermedad como un padecimiento despegado de lo físico para asociarse con la cárcel, el magnífico binomio Pena-Padecimiento que tanto material le ofrece a la sociedad para calmar la inquietud entre el bien y el mal. Si no son los hombres que caminan por la senda del deber, entonces, ¿quiénes darán sentido a las cárceles? Pena y dolor, ese combo perfecto para tranquilizar a la moral higienista, por suerte existen las cárceles para que los hombres de bien – El Buen Padre de Familia, El Buen Hombre de Negocios-comprueben que siguen transitando el camino correcto.
De todas maneras sería mezquino concluir que el espíritu que movía a Concepción Arenal a escribir esas palabras se relacionaba con un punto de vista de expiación del pecado o con una moral estrecha en la valoración del bien y el mal. Creo que debajo de la red visible de todo su discurso puede encontrarse un entusiasmo inocente reforzado con ciertos rasgos maternales con lo que intentaba acercarse a la orilla de los desahuciados para inocularles fuerza, esperanza y optimismo.
Aun así, encuentro una idea más proactiva en la elección de Genet, en cuanto la formulación de un mundo confortable dispuesto sobre el territorio de la cárcel. El alumbramiento de la resiliencia. La idea de que ese territorio carcelario donde los hombres comunes nos sentimos incómodos y aterrorizados pueda significar  un hogar donde encontrar la incondicionalidad que ningún otro lugar pudo ofrecerle. Un hombre que en su niñez entendió al abandono como el núcleo de su desgracia, despreciado por sus padres, buscando La Ley del padre a su manera.      


FUENTES:

Genet, Jean, El Niño Criminal, Errata Naturae, 2009
Concepcion Arenal, Estudios Penitenciarios, http://www.biblioteca.org.ar/libros/71375.pdf